lunes, 18 de junio de 2012

La foto que navega por el mar.

Estaba cansado. Realmente me sentía cansado por seguir pensando en él. Lo peor era la realidad. La realidad de que le había dejado marchar. La cruda realidad que veía cómo le dejé atrás. O al menos eso pensaba yo. Estaba seguro de haberlo cerrado. Creí haberlo cerrado. Pero no fue así. No lo cerré. Por que hay puertas que nunca, y rcalco lo de nunca, se pueden cerrar.

Le quería. Me enamoré. Me enamoré perdidamente de cada trozo de su pies. De cada lunar de su oreja. El lunar de su oreja derecha; un punto tan pequeño perdido en una pequeña oreja. Ni si quiera él se había fijado nunca. Pero yo sí. Yo me había estudiando cada punto de su cerebro. Me había estudiado cada punto de su anatomía.... Y lo había aprendido. Recordaba perfectamente cómo era él. Pero con el tiempo ha pasado a ser una mancha borrosa.

El tiempo cura las heridas amorosas, o al menos eso dicen.
Y es cierto. El tiempo cura, o mejor dicho, el tiempo te hace olvidar, despojarte de sentimientos tan fuertes.
Él jugaba conmigo. Él jugó conmigo. Él jugaba. Jugaba a un juego del que yo no sabía absolutamente nada. Un juego peligroso. Del cual yo no sabía las reglas que había que seguir. Ni si quiera yo sabía que estábamos jugando. Pensé que era amor. Que era Él.

Lo peor no es que me engañara. Lo peor no es que me dejara. Lo peor no es que con el tiempo él cambiara hacia bien por otro chico.... que no era yo. Lo peor no era seguir pudiendo ver sus fotos en facebook. Lo peor no era saber que él era feliz...que era feliz lejos de mí.

Fue algo tormentoso. Fue algo desquiciciado, incluso llegando al punto de que fuera desequilibrado. Nos convertimos en una noria que giraba mostrando una y otra vez las mismas vistas. Lo malo es que yo era feliz viéndolas una y otra vez. Yo era feliz girando en ella. Pero él no. Él no era esa clase de chico que monta solo en una atracción. Y lo pagué. Oh...sí lo pagué. Un pago muy grande.

Sufrimiento. Dolor. Rabia.
Lloraba. Rompía cosas. Le necesutaba. Intentaba odiarle. Necesitaba odiarle. Gritaba.
Fue complicado, pero el tiempo jugó a mi favor. Parecía que todo ocurría de una manera muy lenta, pero ocurrió. El tiempo pasó. Hablé con él y le dejé marchar. Le dejé ir. Aunque una parte de mi corazón siempre volaba tras de él.

Con un periodo mayor de tiempo y en pleno cielo rebosante de nubes grises yo lancé al mar lo último que me quedaba de él. Lo último que evitaba que el lunar fuera una mancha borrosa de mis recuerdos. Lancé la única foto que me quedaba de él. Le lancé al mar. Yo había conocido a alguien y creí que mi deber era sacarle. Mi deber era alejarle. Y lo hice. Me deshice de la imagen. Y el mar se lo llevó consigo. Desapareció entre las pequeñas olas mientras yo lo intentaba seguir con mis ojos. El agua iba por encima de mis rodillas, había entrado demasiado lejos para ser Abril. Pero no me importó mojarme los pantalones.

Llegó un momento en que le perdí. Dejé de ver la bola del papel fotográfico. Quizá se habría ido metiendo poco a poco a la boca del Cantábrico, o quizá se hubiera sumergido.
No lo sé. Ni tampoco quise pensarlo.
Le alejé. Eso es lo que importa.

Pero es cierta una cosa, y es muy sencilla y muy coherente.
Aunque consigas una relación estable, normal y sana, aunque te haga sentir especial, aunque no te engañe, aunque no juegue a juegos desconocidos, aunque no sea un cabrón.... El amor, el verdadero amor. Esa primera vez que sabes que es amor....nunca se olvida. Puedes volver a querer a otra persona....pero...no la quieres tan fuerte...como a la otra persona. No lo llevas tan adentro.

A veces me imagino que la foto llega a manos de alguien. Incluso en contadas ocasiones imaginé que la rescataría él mismo. Pero no soy Meg Ryan. Mi vida es real y no una película.
Le dejé ir. Sigo dejándole ir cada día. Pero cada día sé perfectamente que nunca se irá del todo.

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